Ahora siento ese miedo.
Mirando mis manos, las veo vacías, tan pobres.
No sé si es bastante lo que puedo darle a esa flor,
la más bella,
que habita en mi suerte de haberla encontrado.
De largos inviernos me ha hablado,
tan fríos, tan grises,
golpeando sus hojas, queriendo romperlas.
Abriles que han hecho brotar sus vestidos más bellos,
secretos aromas rodeándolo todo.
Mirándola quedo y mi pecho se abre
queriendo ofrecerle diez mil primaveras,
el sol más hermoso, la lluvia más fresca.
Quisiera en mañanas de plata
mis manos se abrieran y,
por un instante que durara siempre,
no vieran más luz que la que ella me diera.
Y es tan hermosa.
Las manos me tiemblan sientiendo su tacto de seda,
temiendo romperla; parece tan frágil.
Quisiera sentir sus raíces rodeando mi cuerpo,
que mi tierra fuera su fuente de vida,
de amor, de alegría.
No se...mi jardín no es gran cosa.
No sé si mi agua y mi luz serán lo suficiente;
mas si el frío llegara, muriendo a su lado
mi aliento lograra llegase al estío.
Tan solo le pido que enseñe a mis manos
a no tener miedo de amarla y cuidarla,
y destruya temores de flores pasadas
que hace ya algún tiempo dejaron mis tierras.
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