Amistad a traición


De repente y aprovechando el amor de quien –buscando un acercamiento cariñoso- tenía en frente, aquella le vomitó encima todo lo que tenía dentro desde hacía tiempo.

Sin pedir permiso. Sin consultar. Tan solo asistida por el equivocado pensamiento de que la amistad da derecho a todo, en cualquier momento y circunstancia.

Y la llenó de rencores, de envidias, de acusaciones infundadas, de juicios sumarísimos, de dolores propios.

Sin opción a contrarréplica.

Y la llenó de prejuicios, de reproches, de frustración, de daño.

De dolor…de mucho dolor.

Y la llenó de ausencia de amor; de ausencia de cariño; de ausencia de tacto; de ausencia de amistad.

De no (querer) ponerse en el lugar de la otra persona.

A veces el alcohol provoca otros vómitos como estos, procedentes de un alma ebria de sinrazón que se derrama y desgarra en cada arcada.

Esta fue a limpiarse con una ducha de lágrimas, aunque éstas no limpian por dentro; tan solo salen por los conductos de la tristeza cuando en el alma no hay sitio para tanto desperdicio, arrojado con tan poco pudor.

Y después de secarse el corazón, se puso un pijama de besos y caricias que su amor le tenía preparado.

Y se abrazaron. Y durmieron así al arrullo de la comprensión, la complicidad y la noche cálida de sus cuerpos.

Antes de cerrar los ojos pensó en quien consideraba era su amiga.

No pudo evitar volver a llorar lágrimas de amargura y pena ante la inesperada incomprensión sufrida.

Nadie espera un ataque desmedido de quien no lo espera.

Y, con los ojos nuevamente vidriosos, suspiró un “Te lloré todo un río. Tal vez me llores un mar.”

Caminar mi camino

"Es toda una experiencia vivir con miedo, ¿verdad? Eso es lo que es ser un esclavo."
De la película Blade Runner.

Cualquier parecido con tu realidad, es pura coincidencia. Es esta una reflexión en voz alta para que si un día desoigo la llamada que sentí hace un año, vuelva a leer estas líneas y recuerde que es el corazón -y no la mente- quien ha de hablar. Por tanto, no es ni pretende ser una lección para nadie, más que para mí, pues al no estar libre de culpa, no tiraré la primera piedra...ni otra alguna.

Hay quien piensa que no hay vida más excitante que aquella en la que se debe pagar un precio por ello; sin embargo, estoy firmemente convencido de que no vinimos a esta vida ni para sufrir ni para pagar o hacer pagar nada a nadie, menos aún a uno mismo; de que lo verdaderamente excitante es aprender a disfrutar la libertad de ser quien uno es, aceptando las críticas, sin ataduras, sin mochilas, sintiendo tan sólo el miedo que se siente al desplegar las alas por vez primera, rompiendo los esquemas propios, familiares, de amigos, externos y ajenos; sin mentiras ni dobleces, sin traiciones ni envidias, sin querer dañar a nadie, menos aún a nosotros mismos.

Hay quien igualmente puede pensar que fluir es sufrir, que lo excitante es vivir en el autoengaño (pues no se engaña más a los demás que a uno mismo) y en la frustración, el dolor, el sufrimiento y el desamor continuos, en la ausencia de sueños y en la presencia de aquellos no cumplidos, en la falta de ilusión o en aquellas ilusiones tan pobres que hasta duelen si se consiguen, sin saber que lo único que ocurre es que se vive deseando la vida de los que un día –y más de un día, uno tras otro- se arriesgaron, dejaron la comodidad de lo cotidiano, la rutina y comprendieron que vivir es no traicionarse; que vivir es hacerlo en el amor pleno hacia sí mismo y los demás. El resto decidió que lo adecuado era enfrentarse con ellos o simplemente abandonarlos a su (buena) suerte.

Aquellas personas no soportan que se les ponga su espejo delante de sí porque, al verse desnudos, reflejados tal y como son, descubren lo pobre de su vida y cuánto llora su alma, desoída, desterrada y desahuciada; y acaban por romper dicho espejo -y si pueden, también a quien lo porta- como si la responsabilidad de su frustración le fuese ajena.

Yo fui de los que un día y durante muchos, demasiados años, creyó que lo excitante era vivir al límite y en el límite, engañar y ser engañado, desafiar y ser desafiado, ser infiel -y no solo a uno mismo-, caminar sin mirar el camino, ser sin saber quién era, mirar sin ver, oír sin escuchar, sentir sin corazón, hablar sin convicción, saltar sin alegría, estar sin estar presente, amar sin amor, querer sin querer, desear lo no deseado, viviendo al fin y al cabo una vida vacía, la vida de otros. Tanto fue así que llegué a perderme por completo. Y rompí muchos espejos. Y rompí muchos corazones, además del mío.

¿Lo conseguí ya? No, aún sigo en ese nuevo camino -que es fácil y divertido- y, sí, con sus miedos y sus dudas, con sus soledades y penumbras, con sus momentos de querer abandonarlo todo y volver al camino conocido, aquel del confort de lo cotidiano, de lo seguro… lo que sí sé es que cuando llegue al final del camino, sabré que cuanto menos me atreví a ser yo mismo, a cumplir mis sueños, a mirarme en mi espejo cada día, a cambiar lo que no me gustaba de mi vida, a colocarme unos incómodos zapatos nuevos con sus rozaduras al principio, a vivir mi vida y no la de otros, a mirar de frente a mi familia, a los que quieres y te quieren y explicarles, con cariño, lo que anhelas por más que no lo entiendan.

Como escribe Laín García Calvo, “El infierno en esta tierra es encontrarte de frente con la persona que podías haber sido y mirarle a los ojos."

Estoy convencido de que no hay peor infierno. Porque nadie mejor que uno sabe quién es y qué desea en realidad, en lo más profundo de su ser. No podemos engañarnos a nosotros mismos, aunque finjamos creer que somos capaces y hasta que lo hacemos. Al final del camino tendremos que mirar de frente a nuestra alma, lo queramos o no. Y ojalá no nos pasemos toda una eternidad llorando.

Mi sitio

Un amplio y blanquecino ventanal al fondo des-ilumina la estancia que se llena de una luz tenue y somnolienta, incapaz de aislarme del bullicio de los caballos de metal y sus estruendosos relinchos. Justo debajo, un sillón cuyo estilo les ahorraré describir y que hace las veces de cama con pies sobresalientes, otras de amigo impasible en tardes taciturnas y otras de pies acompañados con palomitas y “peli” que acaban poniéndolo más carmesí de lo que es cuando la pasión surge sin remedio.

A un lado, mi compañero tonto que emite lo que quiero ver y, a veces, lo que no cuando me dejo llevar a mundos de sueños o tal vez a momentos de soledad masticada, o si no quiero pensar en nada; a sus pies, muebles llenos de la tecnología que siempre me acompaña, pues lo digital (y entiéndase como se quiera) siempre me gustó desde que lo conocí. A continuación, un pasa platos de madera me recuerda mi lado más carnal -pues no solo de aire vivo, hombre- y, cómo no, que tengo que fregar la loza cuando paso y miro de reojo a la cocina.

Al otro lado un viejo zapatero que hace las veces de soporte de impresora, un sillón-relax (y no relaja precisamente por su color y estilo) un mueble que hace juego con los anteriores donde atesoro mis libros más preciados, algún que otro despreciado y los pendientes de leer y, al fondo, un enorme rústico mueble bajo donde guardo mis cajitas de incienso, líquidos vaporosos, juegos de mesa -que desde pequeño me conquistaron- mi material de oficina y el de sueños y, en su parte central, aquellos libros ya leídos o que esperan a tener un sitio en mi lista de espera.

Cómo no, allí está ella, siempre mirándome con sus provocadoras curvas, deseosa de que mis dedos acaricien sus cuerdas y la hagan vibrar y se estremezca cuando escuche mi voz. Compañera fiel e incansable que a veces me mira triste cuando, como por despecho, no atiendo sus deseos y pasan días sin que hagamos ese amor musical que nos une desde hace ya mucho tiempo.

En el centro, una mesa que se encoge y se estira y que convierte la estancia bien en centro de tertulias, bien en comedor o, como la mayor parte de mi tiempo de vigilia, en oficina. Cuadros de ocasión, DVDs de cine (una de mis muchas aficiones) e infinidad de figuritas, recuerdos nostálgicos y nuevos, agendas, bolígrafos, jarrones y unas plantitas, terminan la decoración de un salón que, haciendo las veces de búnker de trabajo, en gran medida reconforta y acompaña.

Mas hay un objeto que siempre centra mi atención, que a veces me calma, otras me enciende de amor o me quema de desamor y a veces comparte en secreto mis más profundos pensamientos sobre lo que soy, sobre lo que deseo, sobre el camino emprendido y mis sueños por cumplir.

Bastaría con decir: “Lanza que se clava en el papel, que sangra palabras nunca dichas; dardo envenenado de amor desde un tintero lleno de anhelos; flecha disparada desde el arco de mi corazón, tensado con sentimientos; pluma al viento de la brisa que procede de otra orilla; Norte y Sur unidos por un mar de locuras nuevas; mil y una noches de Lunas llenas arrulladas por las olas de tu pelo; voz azul que no es más que la sangre que emana de un corazón herido de amor, que a través de mi mano habla y siente, deslizándose en el papel como sí fuera la piel de tu cuerpo…” para no tener que decir nada más. Ella vino a mí con mi primer amor y permaneció cuando éste se fue a los brazos de otro y, por muy manido que suene, lloré ríos de tinta.

Fue con ella que empecé a escribir por vez primera, y es ella, siempre ella, la que llena de azules los viejos rincones de mi alma descubriendo lo que nunca hasta entonces había sido dicho.