Es el mismo viejo y largo pasillo de siempre. Un infierno en verano y el mismísimo Polo Norte en el invierno del Sur. Separa dos mundos, dos presentes, dos realidades: fuera, el alboroto de lo cotidiano, de lo familiar, lo acogedor y cercano; en el otro extremo, un viejo cuartillo lleno de recuerdos, libros y una vieja mesa de estudio que no siempre cumple con dicho cometido, pues en no pocas ocasiones es testigo mudo de suspiros llenos de desamor plasmados en papel.
Esta noche no es la vieja bombilla la que ilumina el pasillo con su luz amarillenta y mortecina - cuando no está fundida y hay que ir a tientas hasta el cuarto del fondo esperando a que en cualquier momento una mano tenebrosa salga a mi encuentro desde uno de los cuartos laterales-. No. Esta noche la luz es intensa, brillante y serena. Estoy en el viejo cuarto como tantas noches de exámenes, aunque en esta ocasión no estudiaba, pues divagando sobre el sentido de la vida, el amor, lo tangible y lo intangible, el sueño se había apoderado de mí.
Tal vez es el resplandor o tal vez el sonido de unos pasos que desde el otro extremo del pasillo se acercan hacia mí, lo que me hace despertar. Temeroso primero, perplejo después, veo cómo alguien se acerca hacia donde me encuentro. Ninguno dice nada: yo, porque no puedo articular palabra; él, porque no es necesario.
Pasmado allí de pie en la puerta del cuarto, espero a que termine de acercarse. Una vez cara a cara, siento una paz y alegría infinitas cuando me besa en la frente y me da un cálido y fuerte abrazo. Fue un instante que duró siempre. Luego se pone su abrigo, me mira por última vez con cariño y una media sonrisa, da media vuelta y se pierde por el mismo pasillo que lo vio aparecer, ahora de nuevo con su habitual luz amarillenta.
Mi padre había partido semanas atrás mientras yo dormía y soñaba que todo era un sueño. Y de nuevo el sueño había traído una nueva partida, si bien en esta ocasión tuvimos la oportunidad de despedirnos.
Nunca sabré si soñé que soñaba, si fue un sueño o todo sucedió en realidad. Lo que si sé es que desde aquella noche pude volver a soñar con ilusión renovada.